El gato es una especie dotada de un marcado instinto sexual, por lo que a la hora de plantearnos convivir con uno de estos ejemplares deberemos conocer las consecuencias de su actividad biológica, dado que su comportamiento durante la época de celo es muy singular y puede incluso tornarse incómodo para su entorno.
En la hembra, la edad de la pubertad (y en consecuencia, de tener su primer celo) oscila entre 8 y 10 meses, resultando más prematuras, dentro de este rango, las gatas de pelo corto. La temporada de máxima proliferación de celos es primavera por el incremento sostenido de las horas de luz.
Habitualmente manifiestan periodos receptivos al macho que duran entre 3 y 9 días, separados por paréntesis de dos o tres semanas. Dado que las gatas ovulan en el momento del coito inducidas por un mecanismo hormonal, el coito desencadena frecuentemente una cubrición.
El periodo de celo requiere una buena dosis de paciencia, pues la gata orina impunemente por cualquier recoveco de la casa, con sus empalagosas muestras de cariño en forma de gestos y ronroneos y sus, a veces, estruendosos maullidos. Especial cuidado con su tendencia a escaparse y a dejar de comer. Y si nuestro deseo o ilusión es tener cachorritos, no nos precipitaremos con el apareamiento hasta alcanzada su pubertad con alrededor de un año.
En cuanto al macho, cambia su conducta con la llegada de la pubertad de una forma llamativa entre los 9 y 11 meses, comenzando sus frecuentes escapadas en búsqueda de hembra. Pueden tener celo en cualquier época, ya que el factor fundamental de su aparición es la presencia cercana de gatas en celo. Por esa tendencia a escaparse de un macho sin castrar, las riñas con otros gatos le hacen muy expuesto a adquirir enfermedades, algunas irreversibles, que se transmiten por sangre o saliva, como la leucemia y el síndrome de inmunodeficiencia felina. Ello al margen de otros peligros urbanos como atropello, envenenamiento o agresiones por perros.
Para huir de estos peligros si se trata de gatos alojados en viviendas urbanas, resulta aconsejable la esterilización quirúrgica, comúnmente conocida como castración, sin efectos secundarios de relevancia. No obstante, disponemos de métodos reversibles a base de inyecciones que silencian el celo en gatas.