Los gatos son quizás los animales más curiosos del mundo, ¿verdad? Es uno de los defectos (o de las virtudes) que más tienen en común con el ser humano. Los gatos necesitan saber como funcionan las cosas, necesitan saber como huelen, que se siente al estar dentro, que tacto tienen, etc.
Por todo ellos los gatos tienen una tendencia natural a observar y a explorar las cosas que lo rodean. Hay gatos más prudentes que observan bastante antes de explorar, aunque los más atrevidos se acercan a probar y luego se preguntan para qué sirve.
Esta curiosidad innata que a veces puede parecer que es mala y que muchas veces les mete en situaciones de las que no saben salir, hay ocasiones en las que podemos utilizarla para bien. Si sabemos encauzarla podemos servirnos de ella para su aprendizaje.
Un ejemplo de la curiosidad innata de nuestras mascotas la vemos cuando traemos un paquete nuevo a casa o lo recibimos por correo. Mientras sacamos el objeto de la caja nuestro gato nos está mirando y observando nuestros movimientos con gran interés, y una vez el paquete esté vacío seguro que se lanza como loco al interior a ver lo que hay en él.
Esta misma curiosidad natural podemos utilizarla por ejemplo cuando tengamos que ir al veterinario con nuestro gato. No hace falta que peleemos con el gato o que lo tengamos que sacar de su escondite para meterlo en el transportin. Prueba dejarlo abierto en mitad del comedor a ver que pasa.
Lo ideal es que lo coloques media hora antes de la hora prevista para salir. Lo que ocurrirá es que el gato observará el transportin detenidamente, poco a poco se acercará más a él y seguramente acabará por meterse dentro para investigar o simplemente para dormir una siesta.
Como vemos la tarea es bien sencilla y hemos aprovechado ese espíritu cotilla que tienen todos los felinos para poder llevarlo al veterinario sin gritos ni arañazos.