Todos conocemos el mito de que el gato siempre cae de pie. Pero lo que muchos no saben es que aunque caigan sobre sus patas, el gato sufre daños. De hecho, un alto porcentaje de visitas al veterinario se debe a las caídas. Entre los accidentes que suelen sufrir los gatos domésticos, el más frecuente es la caída desde grandes alturas.
Pese a que son agilísimos equilibristas, no es raro que por una distracción o un error de cálculo acaben con sus huesos en el suelo. Las fracturas de miembros, maxilares o daños en tórax son las consecuencias más frecuentes.
Aunque resulte contradictorio, se ha comprobado que el daño que puede sufrir el gato es mayor cuanto menor es la distancia de la que cae. Es decir, la caída tiene peores consecuencias si se produce desde un primer piso que si es desde un segundo o un tercero.
Evidentemente, el daño que pueda tener el gato después de la caída también depende de otros factores, como el lugar dónde cae, la velocidad del impacto, el peso del animal,…
La explicación de este hecho es que cuando el gato nota la aceleración de la caída adopta una postura encogida con las patas estiradas, que al llegar al suelo le permite amortiguar el efecto del impacto. Si la caída se produce desde un primer piso, el gato no tiene tiempo de adoptar la mencionada postura.
Pero esto no sería lo más curioso. Resulta inevitable pensar que es lo que le permite conocer al gato la distancia que le falta para llegar al suelo. Pues bien, en el descenso las vibrisas (órganos táctiles esenciales del gato) como las cejas, los bigotes y las que están ubicadas en el radio de los miembros posteriores, son los órganos que le indican lo lejos que está del suelo para que ajuste su balance.
Esta forma de actuar de los gatos ante las caídas de grandes alturas es conocida como el síndrome del gato paracaidista. El término gato paracaidista se utiliza referido a los gatos que han sufrido una caída por encima de los 7 metros o 2 pisos de altura.