Cuentos infantiles de gatos

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Hemos preparado una selección de cuentos infantiles en la que los gatos son los protagonistas de ellos. Sabemos que muchos peques adoran a estos animales, por ello nos ha parecido apropiado ofrecerles historias de gatos, fábulas en las que ellos son los personajes principales. ¡Esperamos que os gusten nuestros cuentos para niños!

Historia de los gatos y los perros

Hace mucho, muchísimo tiempo, incluso antes de que los humanos habitaran la tierra, existieron dos grandes reinos: el imperio de los gatos y el reino de los perros.

En el imperio de los gatos, reinaba el gran jefe Misumí, un felino enorme completamente blanco y de unos ojos rojos que atemorizaban a todo el que le mirara. Misumí gustaba de despertar cada mañana y devorar mil bandejas de pescado, y a su alrededor, tenía toda una legión de gatos que le respetaban y le obedecían en todo.

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Del otro lado, en el reino de los perros, el gran jefe se llamaba Canín, y era tan grande y corpulento que su hocico podía oler cualquier cosa a miles de kilómetros. Canín era un gran guerrero, tenía el pelo negro como la noche y una boca tan grande, que era capaz de quebrar hasta diez árboles de un solo bocado.

Con tal de dominar el mundo, tanto los perros como los gatos, se pasaban la mayor parte del tiempo riñendo entre ellos. Los mininos, con sus afiladas garras y su gran agilidad, no eran presa fácil para los perros, aunque estos también contaban con una gran fuerza y unos potentes colmillos. La guerra entre estos dos animales duró por cientos de años, aunque los dos bandos contaban con extensas áreas de tierra, riquezas exquisitas y finos manjares.

Entonces, un buen día, apareció el hombre en el mundo, y con sus habilidades y su gran inteligencia, logró multiplicarse y crear un reino que era dos veces mayor que el de los gatos y los perros juntos. Preocupado por su reinado, el emperador Misumí decidió reunirse con su más temido enemigo, el gran jefe Canín, y en lo alto de una colina, los dos monarcas lograron verse uno frente al otro después de tantos años.

– “Debemos hacer algo urgentemente” – dijo Misumí mientras movía nervioso la cola de un lugar a otro – “Si el hombre continúa adueñándose de todo, muy pronto nos convertiremos en su esclavo”.

– “Tienes toda la razón”, exclamó con fuertes ladridos el imponente Canín. “Uniremos nuestros ejércitos y lo derrotaremos para siempre”.

– “No seas tonto. El hombre es demasiado inteligente y fuerte. Jamás podríamos vencerlo. Si hay algo que puede acabar con él, esa es la magia”.

De esta manera, los dos reyes acordaron elaborar una pócima mágica para terminar con la vida de los seres humanos, y sin más tiempo que perder, construyeron una enorme cazuela donde mezclaron todo tipo de ingredientes mágicos. Lágrimas de ballena albina, agua de la primera lluvia de mayo, uñas de gato recién nacido, extracto de arcoíris, mechón de pelo de un perrito ciego, cortezas del árbol más alto del mundo, barbas de duende, polvo de alas de mariposa, rodajas de una manzana negra, y hasta las tenazas de un cangrejo que tuviese más de cien años.

Tantas cosas tenía aquella receta mágica, que en pocos minutos, acabó desbordándose e inundando la habitación donde se encontraban Misumí y Canín. Con mucha agilidad, los dos reyes se apresuraron a devolver el contenido de la pócima a la cazuela, sin notar que, junto al resto de los ingredientes, habían incluido además una pizca de sonrisa de hadas y unos cuantos metros de abrazos de elefante.

Cuando por fin estuvo lista, el ejército de los gatos, acompañado por la legión de los perros, decidieron partir hacia el reino de los hombres, cada uno de ellos llevando un pequeño frasco de la pócima.

Al caer la noche, los animales se adentraron sigilosamente en las casas de los hombres, incluso en la alcoba del rey, y sin perder mucho tiempo, les hicieron beber mientras dormían un sorbo de aquella fórmula mágica que supuestamente acabaría con sus vidas, pero lo que ocurrió realmente fue todo lo contrario.

A la mañana siguiente, los hombres despertaron como de costumbre, solo que esta vez, comenzaron a sentir un cariño entrañable por los perros y los gatos. Completamente hechizados se dirigieron al reino de estos animales y los acogieron con un tierno abrazo prometiendo cuidarlos y quererlos hasta el fin de los días.

Desde entonces, cada vez que ves a una persona paseando a su perro o dando de comer a su gato, es porque se encuentra bajo los poderosos efectos de aquella pócima mágica que un día tomaron. Pero no digas nada, porque es un secreto que pocas personas conocen, y ahora sólo tú lo sabes.

El gatito que quería volar

Éste es uno de nuestros cuentos para niños preferidos. El cuento explica que hace un tiempo, en una gran ciudad, vivió un hermoso gatico blanco de nombre Felipe, cuyo único deseo en el mundo era poder volar.

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La madre de Felipe, una gata de color amarillo con manchas blancas, cuidaba a cada hora de su pequeño hijo, y aunque lo quería con mucho amor, no pudo más que dejarle ir cuando se enteró de su deseo imposible.

Cierta mañana, el valiente gatico abandonó la comodidad de su hogar, y se fue a vivir a lo alto de una azotea, pues toda su vida había visto cómo las palomas se reunían allí e incluso las más pequeñas y débiles aprendían a volar con el paso del tiempo.

“¡Hola! ¿Me pueden enseñar a volar?”, dijo Felipe con su voz tan tierna nada más que puso sus paticas blancas en la azotea. Al verlo, las palomas se quedaron muy sorprendidas, pues jamás habían visto un gato por aquellos alrededores.

“Vuelve a tu casa, muchacho” – exclamó firmemente la paloma más grande de todas. “Este no es lugar para ti”.

Pero Felipe no hizo caso de aquella orden, y decidió quedarse en una esquina para ver y aprender de las palomas mientras alzaban su vuelo con una destreza magistral. Así pasaron los minutos y luego las horas, y al caer la tarde, Felipe pensó que aquello de volar era algo en realidad, muy sencillo.

Decidido y con gran ansiedad, el gatico blanco se dirigió hacia el borde de la azotea, miró la calle en los bajos, los carros, las personas, ¡Todo le parecía tan lejano! Pero Felipe no sintió el más mínimo temor, y cerrando sus ojos con lentitud, se lanzó al vacío mientras movía a toda velocidad sus paticas y su cola.

Como era de esperarse, el gatico jamás fue capaz de volar como lo hacían las palomas, pero al verlo, estas se apresuraron a salvarlo justo antes de que se estrellara contra el duro pavimento. “Jamás vuelvas a ser eso” – le gritó la paloma más grande una vez que regresaron a la azotea – “Pudiste haber muerto, animal insolente”.

Sin embargo, a pesar de aquel susto, Felipe no se desanimó, y decidió entonces quedarse a vivir en aquel lugar junto a las palomas hasta que por fin fuese capaz de volar por los aires y sentir el frescor del viento rozando sus finos bigotes.

Así, pasaron los días, luego las semanas y después los meses. En muy poco tiempo, Felipe se hizo amigo de las palomas, dormía con ellas, se alimentaba con ellas y compartía junto a ellas todos los momentos de felicidad.

Una buena tarde, mientras descansaban a la sombra, las palomas sintieron una presencia extraña. Se trataba de un muchacho malicioso que se acercaba lentamente a ellas para capturarlas. Al dar la voz de alarma, las aves se dispusieron a salir de aquel lugar, pero desafortunadamente, la paloma más grande de todas fue atrapada en una jaula y el muchacho se la llevó a toda prisa.

Cuando Felipe pudo darse cuenta de lo que había pasado, ya era demasiado tarde. Aun así, no lo pensó dos veces y salió corriendo con todas las fuerzas de sus patas para salvar a su buena amiga la paloma. Después de olfatear las calles y perseguir las huellas, el gatico descubrió por fin la casa de aquel terrible muchacho, y con una gran agilidad, saltó hasta tres veces su tamaño para colarse por una de las ventanas.

Sin hacer ni el más mínimo ruido, Felipe caminó despacio y con cuidado por aquel desconocido lugar, y al cabo de unos minutos, logró avistar a su amiga la paloma que esperaba en la cocina para ser terriblemente devorada. Sigilosamente, el gatico se acercó hasta la jaula, sacó sus finas uñas y abrió la cerradura, y en ese momento, el muchacho se dio por enterado, pero por fortuna, ya Felipe y la paloma se encontraban huyendo de aquel lugar a toda velocidad.

Una vez que estuvieron a salvo en la azotea, el resto de las palomas recibieron a sus amigos con mucha alegría, y fue tanta la emoción del momento, que no tardaron en prometerle a Felipe que le enseñarían a volar como lo hacían ellas, pero el gatico respondió con mucha sabiduría.

“Hoy he aprendido que cada uno de nosotros puede ser especial y diferente, y que no hay que sentir vergüenza por ello. Yo tal vez no podré volar nunca, pero tengo una gran velocidad en mis patas para correr, soy fuerte como para saltar bien alto, y además cuento con unas uñas muy finas que me pueden servir de mucho”.

Y así, desde ese día, Felipe se sintió orgulloso de sí mismo, y aunque regresó a casa con su madre, de vez en cuando acudía a aquella azotea para reunirse con sus queridas amigas, las palomas.

El gato de los bigotes grandes

Éste cuento para niños es el preferido de mi hija pequeña. Espero que os guste. Dice así… Había una vez, un gato de nombre Bigotón. Pero su nombre no se debía a un capricho de su madre, sino que, en realidad, aquel gato tenía los bigotes más grandes de todo el mundo. Desde que nació, Bigotón arrastraba sus largos bigotes a cualquier parte que se dirigiese, y eran en verdad tan grandes, que muchas veces salía de casa bien temprano a caminar, y cuando regresaba en la tarde, encontraba que sus bigotes apenas se habían movido del lugar.

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Preocupado por su destino, el gato quiso hacer algo útil con aquel don que le había dado la naturaleza, así que decidió ayudar a los humanos y partió un buen día hacia la granja de un pobre anciano que apenas podía cuidarse de sí mismo. Sin embargo, lo primero que hizo aquel anciano al ver a Bigotón, fue utilizar sus largos y finos bigotes para construir una valla alrededor de su granja.

De este modo, y sin darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, el gato quedó suspendido en lo alto de un poste, mientras sus bigotes se mantenían estirados a todo lo largo de aquel lugar. Con el paso de los días, Bigotón se cansó de aquella situación y decidió abandonar al anciano.

Entonces, se cobijó en la casa de un guitarrista famoso, y este al verlo, pensó que sería buena idea utilizar los largos y maravillosos bigotes del gato para fabricar cuerdas de guitarra. Como si aquello no fuese suficiente, la esposa del guitarrista también se aprovechó de la bondad de Bigotón, y sin pensarlo dos veces, construyó un tendedero bien grande para colocar la ropa lavada, mientras que su hija utilizaba al gato de vez en cuando para jugar a saltar la cuerda.

Nuevamente, el desdichado gato sintió que aquello no le satisfacía, así que emprendió su camino una noche mientras sus dueños dormían plácidamente. Al marcharse, y según caminaba por la calle, una señora se sorprendió al verlo, y con una gran ternura acogió al felino en sus brazos para acariciarlo. “Al fin he encontrado a mi dueña”, pensaba Bigotón mientras ronroneaba.

Sin embargo, nada más que arribaron a la casa, la amable señora acomodó al gato en su cabeza, lo cubrió con un enorme sombrero y utilizó sus largos bigotes como una cabellera postiza. No pasaron ni dos horas cuando Bigotón se dio cuenta de aquella situación tan triste, y como había hecho en el pasado, se escurrió de la cabeza de la señora en plena calle, haciéndole pasar una gran vergüenza.

Con gran fatalidad, el gato llegó a la conclusión de que jamás podría encontrar su destino junto a las personas de este mundo, así que decidió retirarse al bosque para vivir con el resto de los animales.

Entonces, y después de tanto caminar entre senderos y árboles, Bigotón se sobresaltó al escuchar un grito horroroso que provenía desde lo alto de una montaña. “¡Ayuda por favor!” – exclamó un conejo tembloroso a los pies del abismo – “Mi pequeño hijo se ha caído al vacío. Alguien que lo salve”.

Nada más escuchó los ruegos de papá conejo, nuestro valiente gato se lanzó montaña abajo en busca del desdichado conejito. Una vez que pudo capturarlo en el aire, Bigotón recogió sus bigotes con destreza hasta hacer una especie de colchón gigante, amortiguando así la caída y salvando al conejito para regocijo de su padre. “Gracias por salvar a mi pequeño, amigo gato. ¿Podrías ayudar también a la cierva que ha quedado atrapada en un pozo por culpa de los cazadores?”.

Y sin tiempo que perder, Bigotón se dirigió al lugar donde se encontraba la cierva, enrolló sus bigotes hasta hacer una cuerda resistente, y después de mucho tirar y tirar, por fin la asustada cierva fue capaz de salir de la trampa. “Gracias por salvarme, gato noble, pero las flores también necesitan de tu ayuda, pues se han quedado sin agua para vivir. Ayúdalas por favor”.

Y así también lo hizo el intrépido felino. Con gran agilidad, se dirigió al río más cercano, empapó sus alargados y finos bigotes, y agitando su cabeza frenéticamente lanzó miles y miles de gotas hacia todas partes, incluyendo también el lugar donde se encontraban las flores. “Gracias. Muchas gracias, querido gato” – dijeron las flores aliviadas y frescas – “Por favor, ayuda ahora a la familia de los osos. Sus hijos se han perdido en el bosque y no saben cómo regresar a casa”.

Animado por su actitud heroica, Bigotón salió corriendo hacia el interior del bosque, no sin antes atar uno de sus bigotes a un árbol para no perderse cuando regresara. Después de varias horas buscando a los ositos perdidos, logró encontrarlos al fin a los pies de una roca. Muertos de miedo, los pequeñines lograron regresar a casa con sus padres, guiándose en el camino por el bigote del valiente gato.

De ese modo, Bigotón comprendió que su fortuna en esta vida sería ayudar y ser de utilidad para todo aquel que lo necesitase, y desde ese momento prometió cuidar a los animales del bosque, así que ya lo sabes. Si algún día te pierdes en el bosque o necesitas de ayuda, no dudes en llamar a Bigotón. De seguro, aparecerá al instante para socorrerte.